sábado, 22 de diciembre de 2012

Saralegitarrak eta Olentzero


Patricia Beorlegui     

El rebaño de ovejas, guiados por el perro, espera la llamada de Kristina para entrar al caserío Arro, en Leitza

     Tiene lugar la víspera de Navidad. El Olentzero, provisto de su pipa, su botella de vino y sus animales, abandona las montañas para bajar a Iruña con el saco lleno de regalos y acompañado por su comitiva: gallinas, cabras, cerdos, gansos, ovejas, burros y bueyes.

      Las yeguas son el grupo de animales que 'desfilan' de forma más elegante. “Les pasamos el cepillo a todas”, explica Kristina Saralegi Arrebillaga, leitzarra de 38 años, quien durante años se ha encargado de llevar y cuidar los animales de este tradicional festejo, como anteriormente lo haría su padre, Esteban Saralegi. La joven ganadera, del caserío Arro, vive el 24 de diciembre de forma diferente a quienes están al otro lado de la acera, observando el recorrido, tomando algo y sacando fotos con los más txikis. “Nosotros también lo disfrutamos, lo hacemos con ilusión, pero vamos acompañados de cierta tensión. Me he criado con esto, es algo que siempre he conocido. Para mí, es tradición y obligación: cuando se termina y ves que todo ha salido bien, descansas”, señala la joven.

En la comitiva también desfilan una familia de cerdos
     La comitiva del Olentzero comienza a prepararse meses antes: “Empezamos en agosto, sobre todo con las yeguas, que son las que más trabajo dan junto con alguna cabra. Desde que son pequeñas y en función del peso que pueden llevar, les vamos cargando con troncos y les hacemos andar en diferentes direcciones por unas explanadas que tenemos en el monte para que vayan acostumbrándose. Conforme avanzan les colocamos troncos más grandes y al final un carro. Según su evolución, trabajaremos más o menos días y horas con ellas. Cuando vemos que ya lo hacen bien con el carro es cuando aprueban el examen y están listas para desfilar por Pamplona”, apunta Saralegi. Con todo, la leitzarra recuerda que “son animales y nunca sabes cómo van a reaccionar”, por lo que siempre hay que extremar el cuidado. 

     Quienes menos trabajo acarrean a la hora de prepararles para el gran día son los gansos y las gallinas. “Las gallinas no tienen ningún problema porque van en un carro cerrado y los gansos van sueltos, pero no tienen mayor complicación. Lo malo es que los pobres son los que más sufren aunque no lo parezca, ya que su paso es muy chiquito y tiene que dar cuatro por cada uno que da la persona y al final se cansan”, explica. La vecina de Leitza recuerda un año en el que hicieron el recorrido “especialmente rápido” y un viejo ganso “no nos pudo seguir, se quedaba tres metros atrás, y tuve que meterlo en un carro junto con los niños”.


     El tamaño del carro y los kilos que se pongan en él depende de lo fuerte que esté la yegua.  Un obstáculo grande es que “los carros van demasiados llenos. Aunque a la gente les digas que solo pueden subir diez niños al final meten 20”, subraya. “Al principio del recorrido todo el mundo quiere sacar fotos a sus hijos y hacia el final los carros van completamente vacíos”,  afirma.

Algunos de los 25 gansos en las inmediaciones del caserío
     Para Saralegi lo más duro del desfile es que, tras el esfuerzo invertido, haya quien critique la manera de guiar al ganado o haga caso omiso de las indicaciones. “Tengo a los animales todo el año conmigo, los conozco y sé cómo hay que tratarlos. No me digas que no le dé con la vara al animal cuando tengo que hacerlo. Si te digo que tengas cuidado y que te apartes, que dejes más espacio porque al final te va a pisar o a hacer daño, hazme caso”, explica la ganadera, a quien no le gusta tener que adoptar una postura firme. Durante el recorrido, los animales se cansan y se agobian entre los gritos de unos, las fotos de otros, el hecho de que todo el mundo les quiera tocar y ver de cerca. Los integrantes de la marcha tienen que poner orden para evitar que se desarme la comitiva o ocurra algún incidente, pero para ello necesitan la colaboración de los asistentes, sobre todo de los padres quienes “muchas veces les animan a sus hijos a acercarse al animal o les dicen que acaricien el lomo o que le toquen la oreja o la pata. Luego viene la coz”, apunta Saralegi. Asimismo, “muchas veces ocurre, más de las que se piensa, que un adulto confunde una yegua con una vaca. Hay mucho desconocimiento”, apunta.


El gran día


     Para transportar el ganado desde Leitza hasta Pamplona cuatro camiones alquilados, dos furgonetas y dos remolques. “En número de cabezas, llevamos unas 200. Tenemos de todo: 50 ovejas, 20 cabras, 10 burros, 12 yeguas, 25 gansos, 20 gallinas, etc”, enumera.



Uno de los diez burros de la familia Saralegi, detrás las ovejas
     “Hay que decir que en el pueblo tengo muy buena gente: vecinos, amigos y sobrinos. Solemos ir 25 personas desde Leitza, a los que hay que sumar la organización de Pamplona. Me ayudan a llevar todo y a controlar a los animales por las calles. Cada uno tiene su trabajo: dos llevan cabras, otros dos gansos, con cada yegua va una persona, con los cerdos van dos o tres... cada uno es responsable de su animal”, afirma la joven, que asegura que los tramos más difíciles del recorrido se registran en la calle Chapitela hacia Mercaderes y en la salida de Estafeta.


            “El 24 de diciembre nos levantamos a las 6.00 horas para dar de comer a los animales que tenemos en casa. Luego, voy con Miguel Caballero, una persona que ha metido tanto tiempo como yo con las yeguas, a coger sus cabras. Posteriormente, subimos al monte a por las yeguas. Las gallinas y los gansos están ya guardados en un sitio cerrado desde el día anterior, para evitar problemas de última hora y, para cuando recogemos todos los animales, ya son casi las 12:00 horas. Les pasamos el cepillo a todas las yeguas y les ponemos los cabestros para llevarlas atadas en el camión. Hacia las 13:00 horas vienen los camiones, cargamos y para las dos salimos de Leitza rumbo a Pamplona, donde llegamos hacia las 15:00 o 15:30 horas, habiendo realizado una pausa por el camino. Allí descargamos todo en el patio de la Escuela de Artes y Oficios, lo preparamos y a las 18:00 empezamos el recorrido. Unas dos horas después, volvemos al mismo sitio para desmontar todo y para cargar los animales en los camiones. A las 22:00 llegamos a Leitza y todavía queda descargar los animales”, enuncia Saralegi.


         Cuando el Olentzero comienza ya a asomarse en las casas navarras para dejar los  merecidos regalos o el inesperado carbón, los animales venidos de Leitza descansan tras una ajetreada tarde de alfombra roja y focos mientras sus cuidadores, por fin, pueden celebrar la Nochebuena.



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